Cómo (y por qué) algunas mujeres usamos una cuchara para rizar las pestañas

Me he rizado las pestañas con ayuda de una cuchara desde que tengo memoria. No soy la única. En México es casi un secreto de familia que pasa de generación en generación. Debo aceptar que mis pestañas son muy lacias y que por más que he intentado curvearlas con ayuda de un rizador tradicional, tengo mucho más éxito cuando lo hago con la cuchara.
Para mi mala suerte, no siempre he tenido la misma cuchara. Todavía recuerdo, con un poco de nostalgia, al que fue mi primer utensilio de este tipo. Se trataba de la más pequeña del preciado juego de cubiertos de casa de mis papás. Después de llevar un tiempo rizando mis pestañas con su ayuda, mi mamá descubrió el ‘robo’. Por poco me mata cuando vio que faltaba una pieza de su set. Yo la tranquilicé y, sin tener otro remedio, tuve que devolver ese codiciado objeto que prácticamente ya era más mío que de ella.
Tras ese incidente, no me quedó más que lanzarme a la (difícil) búsqueda de la nueva 'cuchara perfecta'. No se trata de un asunto sencillo sino de casi una ciencia exacta.
La busqué con los bordes redondeados —como los que tenía la otra— pues si los remates son planos es prácticamente imposible rizar las pestañas correctamente. Además si el ángulo es muy recto, una puede terminar pellizcándose dolorosamente o lo que es peor, cortando las preciadas pestañas. Hay quienes se inclinan por la de tamaño grande, la sopera. Yo prefiero utilizar la más pequeña, pues me resulta más fácil y además cabe perfectamente en mi cosmetiquera. Durante un buen tiempo, probé muchas cucharas y cucharitas hasta que encontré una que me convenció.
Afortunadamente, ahora existen más recursos que terminar sustrayéndola de algún juego de cubiertos. Somos tantas las mujeres que usamos este objeto como instrumento para rizar las pestañas que últimamente se encuentran unas especiales en tiendas de maquillaje e Internet.
Pero sin duda, a mis pestañas y a mí nos costó trabajo adaptarnos a la nueva cuchara. En más de una ocasión intenté ‘robar’ nuevamente la de mi madre pero ella, ya en alerta, tenía el control total de su juego de cubiertos así que resultó imposible.
La técnica
No sé exactamente cómo lo aprendí o si es cuestión de práctica. En mi caso, siempre sujeto la cuchara con la parte cóncava hacia el exterior (contrario a las pestañas) y con ayuda del dedo pulgar realizo ligeros movimientos para curvearlas. Hago una especie de pinza con mis dedos y así sujeto el utensilio. Repito el movimiento desde el rabillo del ojo hasta el lagrimal, para que todas tengan la mejor forma. Pongo mucha atención en hacer movimientos suaves y evito jalar mis pestañas para no terminar arrancando tan valioso tesoro.
Para rizar las pestañas de la parte media al lagrimal, volteo la cuchara, así la parte más angosta apunta a la parte inferior de mi rostro. De esta manera puedo curvear las pestañas más cortitas, que son las de la parte interior del ojo. Ya que todas están rizadas las separo con ayuda de mis dedos.
Luego paso una o dos capas —depende del efecto deseado— de máscara de pestañas. Uso una cuya fórmula las mantiene fijas y con la forma curveada durante todo el día. Siempre la aplico moviendo el cepillo desde la raíz hasta la punta, con ligeros movimientos en forma de zigzag.
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Contar con una cuchara como auxiliar de belleza puede sonar extraño. He probado los rizadores más famosos: de hecho soy fan del de la marca japonesa Shu Uemura y con ese he logrado los mejores resultados. Sin embargo, no se comparan a los que consigo con el utensilio de cabeza cóncava. He comparado más de una vez el efecto que logro con ambos objetos y definitivamente se ve mucho más natural con la ayuda de la cucharita.
A veces recuerdo mis 'primeras veces', cuando me inicié en este arte: me tomaba mucho más tiempo que ahora. Pero con el tiempo, se perfecciona la técnica y terminé haciéndolo de forma rápida. Ahora, sin duda, puedo decir que hasta tengo un cierto ritmo. Por eso siempre regreso a la cuchara, que goza de un lugar privilegiado en mi estuche de maquillaje.
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