La escandalosa muerte de Jeffrey Epstein

La muerte de Jeffrey Epstein tal vez era la única de un presidiario en Estados Unidos que las autoridades nunca debieron permitir. E l famoso pedófilo presuntamente se suicidó en una celda de la llamada Unidad de Vivienda Especial del centro correccional de Manhattan, apenas días después de que protagonizara un extraño incidente que se ha descrito indistintamente como intento de suicido e intento de asesinato; y apenas horas después de que se divulgaran 2000 páginas de un proceso judicial en el que una de sus múltiples acusadoras implicaba a otros hombres influyentes y famosos en relaciones sexuales cuando ella era menor de edad.
No hay motivos que justifiquen la proliferación de teorías conspirativas sobre la extraña muerte de Epstein. Pero sí sobran los motivos para exigir respuestas a preguntas importantes sobre las circunstancias en que ocurrió. A pesar del episodio del pasado mes de julio, las autoridades carcelarias no tenían a Epstein bajo vigilancia de suicido. ¿Por qué? ¿Cómo es posible que no lo observaran estrechamente en la celda donde le mantenían, teniendo en cuenta que era testigo clave de las acusaciones de abuso sexual de menores de edad que se le achacan no solo a él sino a decenas y potencialmente centenares de hombres poderosos y adinerados?
La escandalosa muerte de Epstein ha desatado diversas investigaciones, incluyendo una de la Oficina Federal de Investigaciones, FBI, y otra del Departamento de Justicia. Pero dado el enrarecido ambiente político que vive el país, sería iluso ver con optimismo esas investigaciones. Sus resultados difícilmente serán un sustituto adecuado a haber mantenido con vida a Epstein de manera que se le juzgara por haber abusado de niñas de entre 14 y 17 años de edad y traficado sexualmente con ellas. Ni la más transparente investigación anulará el hecho de que, con su muerte, Epstein se burló de la justicia otra vez, como se burló de ella hace 10 años cuando fiscales del sur de la Florida arreglaron con sus abogados una condena ridículamente leve por sus actos de pedofilia.
La muerte prematura de Epstein deja abiertas las cicatrices de sus víctimas. “No puedo creerlo”, dijo una de ellas, Jena-Lisa Jones. “Creíamos que finalmente íbamos a recibir justicia después de todos estos años”. “Solo quería que lo hicieran responsable por sus actos”, subrayó otra víctima, Michelle Lacata. Y una tercera, Jennifer Araoz, expresó indignación por su muerte y lamentó que ahora “no tenga que enfrentar a sus sobrevivientes en la corte”.
The Miami Herald y otras dos organizaciones periodísticas tuvieron que librar una batalla judicial para que se hicieran públicas 2000 páginas del caso de una cuarta víctima, Virginia Roberts Giuffre, quien acusó a Epstein a abusar de ella y luego prostituirla con la supuesta complicidad de su asistente, la británica Ghislaine Maxwell. En esas páginas, Giuffre denuncia que ambos la obligaron a sostener relaciones sexuales con el exgobernador de Nuevo México, Bill Richardson, el expresidente del Senado, George Mitchell, el magnate hotelero Tom Pritzker y el inversionista Glenn Dubin, entre otros. Todos lo han negado de manera enfática. Giuffre también denuncia que la reclutaron en Mar-a-Lago, el centro recreativo del presidente Donald Trump en el condado de Palm Beach, Florida, y que el expresidente Bill Clinton coqueteó con ella, aunque no sostuvieron relaciones sexuales.
Epstein, lamentablemente, no estará vivo para corroborar o desmentir las acusaciones más graves. Ni tampoco para explicar el papel que en la red de tráfico sexual de niñas presuntamente tuvo su asistente Maxwell. Pero eso no significa que las autoridades deban desestimar las denuncias. Su obligación es investigarlas con diligencia, caiga quien caiga en el proceso.
Con la misma diligencia deberían investigar las muy fundadas sospechas de que Epstein no era el exitoso inversionista y financista que decía ser, sino que hizo fortuna gracias al sucio negocio con niñas vulnerables por cuyos servicios sexuales pagaban grandes sumas algunos multimillonarios sin escrúpulos.
La muerte escandalosa de Epstein, en las extrañas circunstancias en que se produjo, es otro indicio de que Estados Unidos ha caído en una alarmante espiral característica de los estados fallidos y repúblicas bananeras, donde la corrupción, los abusos de poder, la impunidad, el racismo y el terrorismo doméstico crean una terrible sensación de ilegalidad y sálvese quien pueda. Hacer justicia con los cómplices de Epstein sería un freno significativo a nuestra caída libre y en picado.
Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es). Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.