Por qué se repiten tragedias con migrantes dentro de camiones en el área de San Antonio
Decenas de immigrantes hacen fila fuera de un albergue en San Antonio, Texas. La mayoría son hombres jóvenes pero también hay mujeres y niños. Tienen la esperanza de conseguir una comida caliente y un techo para pasar la noche.
Cada año son miles los que pasan por Texas, primera línea de la lucha de las autoridades de Estados Unidos la llegada de migrantes que buscan escapar de la pobreza y la violencia, y encontrar una vida mejor.
San Antonio está a 150 millas (240 km) de la frontera con México y suele ser la primera parada de la odisea que viven los migrantes que luchan por lograr una nueva vida en el país.
Esta semana fue además el escenario de una tragedia: el descubrimiento de un camión con más de medio centenar de migrantes muertos tras haber sido abandonados bajo el calor abrasador del verano texano.
Uno de los que esperan fuera del albergue tras haber pasado horas bajo la lluvia es Edwin Sánchez, de 42 años, quien partió de Venezuela el 12 de mayo y lleva cinco días en San Antonio.
Espera llegar pronto a Nueva York, donde dice que un conocido le ha prometido un trabajo. “Tenemos la esperanza de conseguir un poco de ayuda”, dice Sánchez, quien logró cruzar la frontera pese a la vigencia del Título 42, una norma impuesta durante la pandemia de covid-19 y que permite devolver a los que llegan sin permitírles solicitar asilo.
La política es aplicada de forma desigual. Raramente se usa con venezolanos y cubanos, que dejan en su país gobiernos vistos por Estados Unidos como autoritarios, pero sí la sufren mexicanos y centroamericanos.
Sea como sea que entran a Estados Unidos, si viajaron por el noreste de México, hay muchas posibilidades de que hagan parada en San Antonio.
San Antonio, cruce de caminos clave para los inmigrantes
La ciudad tiene un importante aeropuerto, una estación de autobuses y está muy bien conectada con el resto del país, afirma Roger Enríquez, profesor de Criminología de la Universidad de Texas en San Antonio.
“Es un cruce de caminos con dos grandes autopistas: la I-10, que une California con Florida, y la I-35, que va de la frontera sur, Laredo, hasta Minnesota, en el norte”, agrega Enríquez. “Es el lugar perfecto para hacer una parada”.
La localización privilegida también es una ventaja para los traficantes de personas, que se aprovechan del hecho de que la mayoría de la población de San Antonio es hispana, así que los inmigrantes indocumentados pueden pasar más desapercibidos.
Como muchos llegan con poco más que una muda de ropa, las organizaciones caritativas tratan de ayudar. Una es Corazón Ministries, que regenta el albergue en el que Edwin Sánchez está aguardando turno.
Abre cada tarde-noche a las 7 p.m. y cierra al día siguiente a las 8 a.m. Ofrece cena y un lugar para dormir, cuenta Mónica Sosa, su directora.
Sosa habla poco antes de que sea la hora de abrir, así que los voluntarios trabajan en los preparativos.
El lugar tiene capacidad para 150 personas pero siempre hay más esperando, alguna vez han llegado a tener 400 aguardando, muchos terminan durmiendo en el suelo o en un parque cercano.
“Nuestros recursos son muy limitados, necesitamos más ayuda”, dice Sosa.
Una ciudad perfecta para los traficantes de personas
Austin Hernández, hondureño de 20 años, lleva en San Antonio cuatro días y todavía no ha conseguido dormir en una cama del albergue.
Hernández no pierde la esperanza de llegar a la capital estatal, Austin, que está solo a 80 millas (130 km).
“El viaje fue muy duro, me robaron, tuve que mendigar comida en la calle. He pasado frío, lluvia, dormido en la calle”, cuenta Hernández.
Asegura que llegó hasta Estados Unidos sin la ayuda de los coyotes, los traficantes de personas que a los que los inmigrantes pagan enormes cantidades de dinero para que los guíen a través de la frontera.
El descubrimiento el lunes del camión con decenas de inmigrantes muertos es una muestra de lo lucrativs que pueden ser estos viajes clandestinos para los coyotes.
“Se estima que cobran entre $8,000 y $10,000 por persona y pueden llegar a meter a cien en un camión, eso es un millón de dólares”, dice Enríquez.
“Me sorprende que no haya más tragedias por los peligros que existen y los riesgos que esta gente asume”.