Cómo un mejor diseño de edificios y calles puede ayudar a resolver el problema de la basura

Nueva York es una isla de bienes importados. Y, en contraparte, la exportación principal de la ciudad es la basura.
El Departamento de Sanidad de Nueva York (DSNY por sus siglas en inglés) tira más de 12,000 toneladas basura al día. A su vez, se contratan a basureros privados para deshacerse de más desperdicios en descomposición. Aunque se separan algunos productos orgánicos o reciclables, la mayoría de la basura termina descargada en vertederos que quedan a cientos de millas de distancia.
Pero antes de que se lleve la basura, ésta afecta la calidad de vida en las calles. Las bolsas de basura forman altos cerros en las aceras. En los días húmedos un punzante olor se posa en ciertas esquinas y los montones de basura en descomposición son generan quejas entre los vecinos. Esto casi es ya una clásica característica de NYC. “El álito caluroso de la basura y otras cosas que apestan del verano” declaró un titular del sitio web Gothamist en 2016. En otra lista titulada “22 olores que los neoyorquinos nunca olvidarán”, el sitio web Buzzfeed ofreció una taxonomía más detallada de la basura en sí, diferenciando entre el hedor de montones recién depositados y los montones más húmedos que habían estado marinando, descomponiéndose y horneándose al sol de mediodía.
El año pasado un grupo de arquitectos y planificadores se preguntaron si el problema de la basura era en parte un problema de diseño de las construcciones y la ciudad. Decidieron demonstrar que los montones de desperdicios no eran una parte inmutable de la topografía de la ciudad y reclutaron a diseñadores y a funcionarios para crear posibles soluciones. Los Lineamientos de Diseño para Cero Desperdicios son el fruto de este arduo trabajo.
Los lineamientos están apoyados por la Fundación Rockefeller y el Centro para la Arquitectura, ofreciendo un plan preliminar y sumamente adaptable sobre cómo Nueva York podría lidiar con este problema y recurrir a los diseñadores y a los arquitectos para que estén a la vanguardia de investigaciones y políticas para colocar a la ciudad más cerca de la meta de mandar cero desperdicios a los vertederos para el año 2030. Ese objetivo es uno de los principios del plan mayor ‘One New York’ del alcalde Bill de Blasio. Este plan traza una agenda ambiciosa para la sustentabilidad amplia y medidas de resiliencia.
Dado que los desperdicios que llenan vertederos liberan el gas metano, resultan ser un obstáculo de la promesa de la istración del alcalde de reducir drásticamente las emisiones, un compromiso que las autoridades pintan como una respuesta rebelde al manejo federal del Acuerdo de París sobre el cambio climático. En una declaración sobre los lineamientos, Mark Chambers — director de la Oficina de Sustentabilidad del Alcalde— dijo: “El tratamiento de los desechos que sea mejor diseñado, más eficaz y más deliberado es una parte necesaria del esfuerzo de la Ciudad para cumplir con sus metas climáticas”. Y allí es donde entran en juego los diseñadores y los arquitectos: tienen que concebir de nuevo la manera en que la gente interactúa con el desperdicio desde el ducto en el edificio hasta que llega a la calle.
Los arquitectos ya han intervenido en problemas urbanos complejos como la movilidad y la resiliencia. Han adaptado la calle para bicicletas y peatones e incluso para desviar aguas pluviales, según explica Clair Miflin, socia en la oficina Kiss + Cathcart Architects y la autora principal del proyecto. Además, según explica Miflin, los arquitectos ya están preocupados por los desperdicios, tanto los desechos físicos generados durante la construcción como los problemas más abstractos de ventanas ineficientes, luces y otros elementos que merman la energía. Pero en algún momento la basura se pasó por alto. “Nadie está aplicando el diseño a los deshechos”, dice Miflin.
De hecho, la basura es un asunto de planeación bastante fundamental. “Con frecuencia se considera un asunto operativo o higiénico, no un asunto en cuanto al uso de tierra”, dice Juliette Spertus, una de los colaboradores detrás del reporte y quien trabaja en Closed Loops, una empresa de planificación de infraestructura.
Miflin ha experimentado ese error en edificios que ha diseñado. Aprendió del conserje de uno de sus edificios que la instalación de la basura no estaba funcionando. De hecho, el guardián tenía que esquivar cristales que caían por el conducto de la basura.
Mediante una serie de casos de estudio, los lineamientos proponen las mejores prácticas para anticipar y lidiar con los desechos dentro de edificios residenciales, comerciales e institucionales, así como en las calles. También sugieren la priorización de un plan de tratamiento de los desechos cuando un proyecto de construcción de un edificio todavía esté en su fase inicial. Primero que nada, se deben conceptualizar a los proyectos con el desperdicio en mente: ¿necesitará un conducto o bien un compactador? Entonces hay que considerar cómo se transportarán los desechos a través de un edificio, cómo se guardarán y cómo se llevarán a los camiones.
Miflin y sus colaboradores trabajaron con la Autoridad de Vivienda de la Ciudad de Nueva York y otros socios de la ciudad para estudiar los protocolos existentes en varios edificios, entre ellos Stuy Town, un complejo de departamentos en Manhattan con 11,250 unidades y el complejo más grande del DSNY que esté poniendo a prueba donde los desechos orgánicos se pueden reutilizar como compost o abono. Pero, para esto, el complejo ha modernizado cada de sus contenedores de basura con cierres magnéticos para evitar el mal olor y la presencia de animales como las ratas.
En otro caso de estudio, Miflin perfila a Martin Robertson, un de edificio en Harlem que trabaja casi como una especie de ‘conserje de abono’. Los residentes dejan un contenedor de desechos orgánicos y Robertson los consolida, lava los contenedores y los regresa. De ese modo el evita el desagradable problema de guardar desechos orgánicos en un cuarto pequeño sin ventilación.
Un enfoque igual para todos no funcionará a lo largo de los múltiples tipos de edificios, pero los lineamientos incluyen una calculadora de desperdicios que los arquitectos pueden usar para determinar lo que sería la carga de basura basada en la densidad del edificio en cuestión.
Los desechos son un blanco que cambia de forma: a medida que cambian los hábitos de consumo también cambiarán los restos sucios del mismo. Uno de los casos de estudio del reporte observa el aumento en la cantidad de cajas de cartón de un edificio, el cual es el producto de los residentes pidiendo productos en internet. Según indica Miflin, en ese caso un empleado en el sótano podría ayudar a aplastar las cajas para comprimirlas en un tamaño más fácil de manejar.
En una escala más amplia, la mecánica de recoger basura podría ser reestructurada al sumergir contenedores bajo tierra para luego sacarlos con grúas. O bien se podrían darles espacios de estacionamiento a los contenedores compartidos. Los vendedores callejeros podrían usar una tarjeta para acceder a una serie de casetas para dejar cosas sin agregar a los montones existentes.
El reporte ofrece razones empresariales para realizar estos cambios. El conserje del abono dice que su método significa que no tiene que lavar el conducto con tanta frecuencia, porque no está embadurnado con pedacitos de comida que atraen a roedores. Eso ahorra tiempo y dinero. Intervenciones modestas al inicio pueden dar frutos en el futuro. Actualmente, no se requiere que los edificios comerciales a designen espacios interiores para guardar basura reciclable. La consecuencia es que mucha de esta basura puede terminar siendo guardada en la calle. Las buenas intenciones son frustradas por las realidades económicas, dice Christina Grace, consultora en sistemas alimentarios en Foodprint Group y parte de los creadores del reporte. “Cuando los bienes raíces cuestan 300 dólares por pie cuadrado, ¿realmente se quiere colocar deshechos reciclables ahí?”, explica Grace. En el reporte se recomienda pedirles a los negocios que organicen un plan de depósito de la basura desde el principio. “Hacer que tengan un plan efectuaría un cambio de manera impresionante”.
A pesar de Nueva York cuenta con un programa importante para la recolección de desechos orgánicos y transformarlos en abono que se implementa en los mercados locales de productores, la ciudad está rezagada en comparación con Toronto y otras áreas metropolitanas grandes cuando se trata de planes sofisticados para lidiar con desechos orgánicos. Desde 2011 los 55 sitios de entrega de GrowNYC han recolectado un total de 9.5 millones de toneladas en desechos: o sea, han interceptado a menos de la mitad del 1% de los desechos orgánicos antes de que se queden pudriendo en vertederos, según explicó Emily Bachman, gerente del programa de compost en GrowNYC, en un evento reciente.
Intervenciones lógicas podría ayudarnos a revertir el curso sin introducir cambios radicales demasiado abiertamente. “Para hacer que algo se normalice, tiene que ser tan conveniente como tu comportamiento actual”, dice Bridget Anderson, subcomisaria de reciclaje y sustentabilidad para el DSNY. “No tiene que ser [un caso en que se dice] ‘Me levanto de la cama y lo pongo en un sistema mágico’”, agrega Anderson. La clave es que no sea demasiado oneroso en comparación con la alternativa menos ineficiente. Según dice Miflin. “El buen diseño debe de cambiar la conducta sin que la gente siquiera se dé cuenta”.
Hay mucho trecho que recorrer antes de que haya una adopción general de los lineamientos. Cualquier nueva regulación que conlleve ajustes a los códigos existentes de construcción necesitarían aprobaciones de múltiples agencias de la ciudad, entre ellas la Agencia de Planificación de la Ciudad y el Departamento del Transporte, los cuales participaron en esta primera etapa de desarrollo.
Aunque la basura sí es un problema difícil, Spertus dice que los lineamientos están señalando la necesidad de soluciones, entre ellas datos más robustos y precisos, los cuales actualizarían la medición de la basura de acuerdo con la tecnología de ciudades inteligentes como los sensores que detectan la calidad del aire. “Esta es una zona gris”, dice Spertus. “Y la estamos iluminando”.
Este artículo fue publicado originalmente en inglés en CityLab.com.