Estos son los rostros de los más de 100,000 policías de la Ciudad de México

En la región de la capital mexicana, una línea divisoria jurisdiccional separa al territorio que abarca a la policía de Ciudad México del resto del Estado del propio nombre.
Las fuerzas policiales de Ciudad de México cuentan con 84,000 agentes uniformados; mientras que su contraparte en el Estado de México tiene 73,000, la mayoría de los cuales vigila la periferia de la gran ciudad. En 2011, el último año del que hallamos estadísticas, se cometieron 374,044 crímenes en la Zona Metropolitana del Valle de México. El año pasado, la tasa de homicidios en el Distrito Federal fue de 13.4 por cada 100,000 habitantes, mientras que en el Estado de México se registraron 18 asesinatos por cada 100,000.
Pero detrás de estos números, la realidad es mucho más compleja. Unidades de helicópteros especializadas encargadas de llevar, a toda prisa, órganos para trasplantes, botes patrullando los canales y lagunas en el semirrural lado sur de la urbe, fuerzas antimotines que se dirigen en autobús para sofocar más de 7,000 manifestaciones, y una policía de tránsito que trata de aliviar el casi permanente embotellamiento, mientras miles de cámaras, dispuestas en toda la región, monitorean el orden público.
Las operaciones de respuesta inmediata y de mantenimiento del orden público en la megalópolis están divididas de la siguiente forma: la policía federal patrulla las autopistas, custodia los edificios gubernamentales, y protege la infraestructura clave, incluyendo el aeropuerto; por su parte, la policía de Ciudad de México vela por el orden dentro de sus límites; por último, las 23 municipalidades aglomeradas dentro de Ciudad de México cuentan, cada una, con fuerzas propias.
Estas categorías de cuerpos policiales están sujetas a distintos nombramientos políticos, los cuales son realizados, respectivamente, por el presidente del país, el alcalde de Ciudad de México, el gobernador del estado de México, y los alcaldes de cada municipalidad.
Dichos nombramientos son a menudo el talón de Aquiles de las organizaciones policiales, las que pueden ser infiltradas –y lo han sido, de hecho– por entidades ajenas como parte de tretas electorales, especialmente en el caso de los escrutinios municipales, los que a su vez son presas fáciles de organizaciones criminales. Algunas unidades de la policía exhiben un indiscutido profesionalismo y un equipamiento de la más alta tecnología. Otras, en cambio, son mal remuneradas, se les exige que compren sus propias balas y por lo general terminan operando al antojo de los cargos políticos.
Algunas de las zonas con más crímenes quedan justo en medio de las dos jurisdicciones, ya que facilita a los transgresores moverse de una a otra evitando la detención. Un tramo particularmente notorio entre la ciudad de Nezahualcóyotl, en el estado de México, e Iztapalapa, en Ciudad de México, presenta altos índices de violencia en los autobuses y de robos a camiones que realizan entregas.
La propensión de los mexicanos de dar y aceptar sobornos ha destruido la reputación de sus policías. Como mismo hay policías cívicos que arriesgan su integridad física tratando de evitar crímenes, hay otros que infringen la ley como norma. En un caso famosamente indignante, 34 oficiales en Jilotzingo fueron arrestados tras probarse que tenían vínculos con el crimen organizado.
“Nuestro principal problema es ganarnos la confianza de la ciudadanía”, sentenció Juan Carlos Martínez, subdirector del sector Del Valle de la policía de Ciudad de México. “El programa de la policía de proximidad fue creado en 2016 en medio de la desconfianza de muchas personas que sentían que las fuerzas de seguridad podían estar conspirando con los infractores de la ley: nuestro objetivo es ganarnos la completa confianza de la gente”.
Frecuentemente difamado y muy rara vez apreciado, el trabajo de estas fuerzas policiales consiste en controlar algo ciertamente incontrolable: una megaciudad en la que bullen 20 millones de personas. A continuación, una muestra de los protagonistas de este imposible desafío.
Este artículo fue publicado originalmente en inglés en CityLab.com